El gobierno brasileño anunció esta tarde, según informó el Estado, una contingencia en el presupuesto de 2016 en el monto de R$ 23,408 mil millones, el monto de contingencia más bajo desde 2010. Si la intención era, como insinúa la noticia, mostrar el esfuerzo realizado para reducir gastos y realizar el ajuste fiscal, un análisis, aunque sea superficial, arroja esta afirmación “por el agua”.
En primer lugar, el monto contingente es muy bajo para la magnitud de la caída de ingresos pronosticada por el propio gobierno al asumir una retracción cercana al 3% de la economía para este año. Solo para fines de comparación, a principios de 2015, el anuncio de contingencia fue de R$ 69,9 mil millones. Cabe recordar que desde entonces, el escenario económico se ha deteriorado significativamente y los ingresos del gobierno se han desplomado. Por lo tanto, era de esperar un esfuerzo mucho mayor para recortar gastos.
Cuando miramos el número desde adentro, ¡la “fantasía” del gobierno se vuelve más evidente! Una parte sustancial de los recortes ocurrirá en proyectos que no se realizarían en absoluto. Tomemos el ejemplo del PAC: desde su anuncio, como plataforma electoral de la entonces ministra Dilma para la presidencia de la república, prometiendo desbloquear la infraestructura nacional, la mayoría de las inversiones anunciadas no se han realizado. El anuncio dice que este programa sufrirá un recorte de R$ 4,2 mil millones. ¡No parece ser real! Cortado de lo que no ocurriría?
Si lo fuera, no dejaría de ser un error, ya que la contingencia, sobre todo en periodos de crisis económica, debe hacerse sobre gastos corrientes, como gastos con personal y terceros, bonificaciones, publicidad e inversiones a corto plazo. Las inversiones de largo plazo, como las de infraestructura del PAC, deben ser preservadas para permitir superar la crisis con mayor celeridad y preparar al país para un crecimiento más robusto en el futuro.
La caída de la demanda, y consecuentemente de los volúmenes manejados, lamentablemente quita presión momentáneamente a parte de la infraestructura de transporte en Brasil. Por otro lado, la devaluación de la moneda, fortaleciendo a las empresas exportadoras, presionará más algunas vías, accesos portuarios, puertos y aeropuertos. Una vez más, la opción será por proyectos de menor plazo que favorezcan las intenciones electorales de los gobernantes, en detrimento de inversiones de largo plazo que podrían cambiar la realidad de la infraestructura de transporte en Brasil.
¡Buena suerte para todos nosotros!